Los riesgos de cerrar mal una constitución consisten el que en las
décadas siguientes se van percibiendo los desfases y el sistema queda
progresivamente más y más erosionado. Inicialmente, se trataba de
“descentralizar” el Estado, algo de lo que incluso en los últimos
tiempos del franquismo ya era asumido como una necesidad.
Posteriormente, se trataba de enlazar con la “legalidad republicana” que
había dado Estatutos de Autonomía a Catalunya y Euskadi y estaba a
punto de dárselo a Galicia. Luego, los andaluces reivindicaron el suyo
y, justo en ese preciso momento, la UCD descubrió el “café para todos”,
porque era precisamente en las autonomías que quedaban en donde sus
colores podían tener mayoría. Y así quedó España a mediados de los años
80 con el país parcelado en 17 “autonomías” que en absoluto respondían a
criterios históricos, sino a necesidades de la clase política. Treinta
años después, el país pasó a ser ingobernable y, lo que es peor,
insostenible.
Bastó que soplaran los primeros vientos de la crisis económica para
que muchos empezásemos a alertar sobre el hecho de que los presupuestos
de las comunidades autónomas eran excesivamente abultados, que existían
excesivos escalones administrativos y que las comunidades autónomas, en
realidad, no habían descentralizado nada, sino que se habían limitado a
crear nuevos polos de “centralidad” en cada región. El principio por el
que se movían las autonomías era que contra más competencias
acapararan, era mejor, porque así dispondrían de más presupuesto, esto
es, de más gasto y, por tanto, de más comisiones. Sí, porque lo
sorprendente fue, desde el principio del “café para todos”, el
descontrol del gasto público en las autonomías.
En primer lugar se sale reconociendo el problema. ¿Cuál es el fondo
de la cuestión? Que el Estado de las Autonomías es mastodóntico e
inviable, inasumible en tiempos de bonanza económica e imposible cuando
sopla la crisis.
Reconocido esto hay que arbitrar una fórmula para renovarlo. ¿De
verdad hay que renovarlo? ¿No sería mejor, hacer borrón y cuenta nueva?
Sea como fuere de lo que se trata es de 1) aligerarlo, 2) eliminar
niveles administrativos y 3) reducir el engranaje burocrático. Y esto
implica necesariamente:
- Es preciso reducir el número de autonomías de las actuales 17 a no
más de 7/8. Así pues, de lo que se trata es de abordar procesos de
fusión. Estos procesos de fusión pueden tener como estímulo la historia o
bien la voluntad de los propios habitantes, pero lo que está claro es
que hay que reducir el número de autonomías. El “café para todos” no fue
la solución.
- Es preciso reformar radicalmente las administraciones públicas y
esto pasa por dos medidas esenciales: la disolución de las diputaciones
provinciales con la transferencia de parte de sus competencias a los
Ayuntamientos y otras partes a las Autonomías, y de otro lado proceder a
la fusión de municipios para disminuir el número de Ayuntamientos y
reconocer que algunos de ellos son completamente inviables. Así mismo,
es preciso racionalizar la administración, utilizar las amplias
posibilidades informáticas que existen hoy para reducir al mínimo las
gestiones y facilitar el que cualquier gestión puede hacerse a través de
Internet.
- Es preciso establecer el principio de que la “autonomía” no es
derecho implícito en tal o cual región que, en realidad, forman parte
del Estado e históricamente están vinculados al proceso que ha dado
lugar a la nación española. El “derecho” a la autonomía tiene como
contrapartida el principio de Lealtad al Estado. No se concede una
autonomía para centrifugar al Estado, ni para vaciarlo de contenidos,
ni, por supuesto, para crear una fuente de gasto y una nueva ubre para
que las clases políticas regionales de los partidos mayoritarios se
repartan nuevos paquetes de comisiones. La función de las autonomías es,
simplemente, generar un escalón administrativo de proximidad que
responda a una necesidad histórica presente en nuestro pasado y a unas
características culturales propias que se han ido definiendo a lo largo
del devenir histórico. Resumiendo: máxima autonomía a cambio de máxima
lealtad al Estado.
- El proceso de reforma del Estado de las autonomías no puede
concebirse sin una profunda reforma de las administraciones y del mismo
concepto de Estado tal como está presente en el actual marco
constitucional. Así pues, de lo que se trata es de abrir un proceso
constituyen, en el momento en el que se den las circunstancias
oportunas, que redefinan el papel de las autonomías, sus competencias,
área de influencia, su funcionalidad y los motivos por los cuales una
autonomía que no cumpla las expectativas depositadas en ella puede ser
suspendida o intervenida.
- El momento histórico actual hace inevitable que existan cuatro
niveles administrativos: el nivel europeo (recordar que E2000 a dicho
“Sí a Europa, pero No a esta Europa”), el nivel Estatal, el nivel
Autonómico y el nivel Local. El nivel europeo es todavía hoy un nivel en
fase de construcción y del que no se sabe exactamente hacia dónde
derivará en los próximos años. Pero sí que, en la actualidad, puede
establecerse una “jerarquía” entre los otros tres niveles
administrativos: el Estado está por encima de las Autonomías, como estas
están por encima de las administraciones municipales. Solamente
aceptando esto, será posible reconstruir la estructura de un Estado
moderno con capacidad de gestión y con un volumen razonable.
- Las autonomías son algo connatural a la España tradicional. De
hecho, España solamente tuvo forma centralizada a partir de Felipe V y
de la importación de las ideas absolutistas que llegaron con los
borbones primero y con el liberalismo jacobino en el siglo siguiente.
Ese modelo “de importación” nunca fue el que correspondió a nuestro
país, ni a nuestra tradición histórica que desde tiempos de la
dominación romana ya había sido parcelado en zonas, parcelación que fue
adaptada durante el período visigodo y, por supuesto, luego, durante los
tiempos de la Reconquista. Más tarde, la recuperación de la “unidad
nacional” (la unidad de principios y de objetivos ya existió desde la
aparición de los focos de resistencia al Islam en la cornisa cantábrica y
en los Pirineos) por los Reyes Católicos no supuso una “uniformización”
del Estado que solamente se llevó a cabo a partir de la llegada de los
borbones y que nunca pudo aplicarse por completo en un país grande y,
por tanto, con tantas peculiaridades regionales. Es propio, pues, de la
tradición español, el foralismo esto es el reconocimiento de autonomías
regionales. Pero estamos en la modernidad y ese principio es el que hay
que recuperar. El centralismo jacobino es hijo del liberalismo
decimonónico, su aplicación constituyó un nuevo fracaso en la historia
de España.
- Consideramos al nacionalismo como uno de los peores crímenes contra
la patria. El nacionalismo supone la convicción de que las entidades
regionales son superiores al todo, esto es al Estado y que, por tanto, o
se les reconoce esta preeminencia o se independizan. En la práctica, el
“reconocimiento de esta preeminencia” supone entregar más dinero a las
clases políticas regionales. Por tanto, los partidos nacionalistas
solamente podrían tener espacio en una ordenación futura del territorio
en cuanto asumieran el hecho de que si existen es para favorecer los
intereses de una comunidad, pero sin menoscabo del resto del Estado y
comprometiéndose a abstenerse de realizar el chantaje vergonzoso que los
partidos nacionalistas realizan contra el Estado desde varias
autonomías.
Estos principios son lo suficientemente claros como para que nadie se
llame a engaño. Estamos hablando de identidad, de arraigo y estamos
hablando de Estado y de Patria. Y no hay que tener miedo a decir que no
solamente en el Estado no tienen cabida los terroristas, sino que
tampoco la tienen quienes intenten desgarrar a nuestra Nación.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
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